martes, 25 de marzo de 2014

GRACIAS, PRESIDENTE

MARIANO PÉREZ DE AYALA


Hoy escribo desde el corazón.

No me salen las palabras más que de mis entretelas, así que discúlpenme, porque ya saben que éste órgano no atiende a razones, no aspira a la lógica, no se imbuye de formalismos, es ajeno a injerencias y  no puede, no debe, ser objetivo.

De la simpleza del título se deduce que un ingenuo imberbe como yo solo tenga palabras de agradecimiento para Don Adolfo Suárez González. En ese terreno tan personal e intransferible que son los referentes, él siempre será ese trazo de esperanza que a veces necesito cuando la pesadumbre de mirar a los de arriba me invade. Porque yo soy de los de Abbey Road, de Billy Wilder y de Suárez. Yo he desayunado las obras de Victoria Prego, he merendado documentales de la Transición y he cenado sus discursos. No me imagino ciertos momentos de mi vida, inquietudes que surgieron o decisiones que tomé, sin tener en cuenta su figura y magna obra.

 Ya dije que mis palabras no se disfrazarán hoy de nada. Suárez es política. La política  en la que yo creo. La política noble de la valentía, de la concordia, del trabajo y del sacrificio. La política de darle voz a la gente, de elevar el clamor de la calle a la categoría de normal, transfiriendo el poder del Estado al pueblo. La política de mantenerse inquebrantable ante la metralleta. La política difícil, la que no entiende de cómodas poltronas sino de la generosidad de la entrega a una sociedad que ansiaba la libertad.

Adolfo Suárez, avenida de la Constitución (Sevilla) que él nos encomendó

Fíjense que en esta España de trincheras pocas figuras en su ocaso han generado tal avenencia de opiniones. Fuera de ideologías cegadoras o de ánimos resentidos la sociedad española -esa que se amontona hoy en las puertas del Congreso para despedirse- es unánime, Suárez fue el mayor artífice de que fuera la voluntad del pueblo sin coacciones la que decidiera los designios del país, nadie lo discute hoy. Y no solo eso, sino que lo hizo combatiendo con la espada de la concordia contra todo lo imaginable; contra una sociedad en principio reticente a que alguien del propio aparato encarnara el cambio; contra un búnker aún pujante que se rasgaba las vestiduras al ver que cometía la mayor traición posible; contra un ejército que en cada doloroso funeral de la barbarie etarra le recordaba su deslealtad con los dardos más lacerantes en forma de insultos e improperios; contra su propio partido al que nunca fue capaz de importar ese liderazgo que si ejercía en la calle y finalmente, contra una oposición que aunque ahora se vanaglorie de haber sumado siempre, se ancló de primeras en una ruptura imposible con el pasado, para posteriormente, una vez cedida a la razón, orquestar la mayor campaña de acoso y derribo contra un presidente en la democracia, pero en fin, como dice nuestro compañero Jaime Fernández-Mijares, no es tiempo de dedicar ni una línea aquellos mezquinos que hoy regalan glosas a aquel que en su día vilipendiaron.

Suárez no necesitó ser un gran intelectual o un ávido lector, simplemente entendió lo que España precisaba y que su vocación de hombre de Estado y de servicio a los demás por encima de todo era la herramienta imprescindible para la transformación. Siempre nos miró a los ojos, nos habló cara a cara cuando nadie lo había hecho antes, nos dijo que era difícil, pero posible si caminábamos juntos. No gobernó para unos pocos, no gobernó para sí, no gobernó bajo el dictado del voto o de la confortabilidad de un sillón, quiso ser el Presidente de la dignidad del trabajo bien hecho.

No seré yo quien niegue los desaciertos en los que incurrió y quién rechace que aún pagamos un alto precio por los errores que en aquel periodo se cometieron, mas un hombre que supo asumir el momento en el cual su permanencia en la jefatura podía resultar un riesgo para el país que tanto amaba y por el que se había desvivido en cuerpo y alma, es un antídoto absoluto contra la mediocridad que hoy rodea a la clase política. Porque la política es muy ingrata –Churchill perdió las elecciones tras ganar la II Guerra Mundial- pero la memoria no, los recuerdos que le fueron arrebatados por la enfermedad, descansan hoy en las generaciones que entendemos que la libertad es un gran regalo que nos ha sido dado gracias en gran parte a todo su esfuerzo. 

Es ahora, cuando la democracia que nos dejó está herida, -pero no de muerte-, cuando debemos tener presente su gran legado, -su ejemplo de vida-, y rendirle el mejor tributo posible es tratar con mimo y cada día todas las grandes cosas por las que trabajó y que hoy le debemos.

¡Cuádrese, está usted hablando con su presidente!


 A Adolfo Suárez González y a todos los enfermos de alzhéimer y sus familias.   

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