Si pasea por los alrededores del anfiteatro
romano de Nîmes, hoy reconvertido en Plaza de Toros (Les Arenes), el visitante
podrá observar en sus vistosas tiendas de suvenires una amplia gama de
recuerdos típicos de esta localidad del Languedoc: trajes de flamenca,
sombreros de ala ancha, castañuelas, carteles de la Feria de Abril e incluso el
muy autóctono azulejo de la Virgen Macarena.
Al caminar por los alrededores del otro
anfiteatro, uno se siente en pleno centro de Sevilla, de Córdoba o de Granada.
Pero no se inquieten, no hay que irse hasta Francia para ver esto. En numerosas
ciudades y pueblos de la geografía española, tan alejadas del sur en distancia
física como en otras menos salvables, puede el foráneo encontrar todo este
surtido de recuerdos típicos de la localidad y, por ende, de su cultura.
Con todo esto, me viene a la cabeza aquella
frase de un ministro franquista cuando le preguntaban si iban a invertir y
crear tejido industrial en Andalucía y contestó: “Andalucía no necesita
industria, ya tiene sol y arte”. Cuarenta y cinco años después es obvio que el
sol lo seguimos conservando aunque no sea por merito propio, pero el arte…, el
arte no. El arte, la cultura, la idiosincrasia, las costumbres, las tradiciones
andaluzas…como lo quieran llamar, todo eso se ha exportado, se ha vendido, y a
muy bajo precio.
La cuestión es, ¿qué se ha hecho desde los poderes
públicos para preservar el legado cultural andaluz? Pues muy poco, se ha jugado
a una doble carta que a estas alturas está muy gastada.
Ortega y Gasset, autor del desconocido ensayo "Teoría de Andalucía" |
Por un lado, en nuestra comunidad se
promociona la cultura y las tradiciones de esta tierra a niveles que dejan en
pañales al mismísimo Noticiarios y Documentales (NO-DO). Sin embargo, no para
fomentar su desarrollo, sino como pan y circo, como señal de que el cortijo
sigue intacto. Pero agárrense, mientras, al exterior se vende que todo es
progreso, y claro el progreso conlleva la ruptura con lo ancestral, lo
tradicional queda relegado a lo innovador. “Andalucía imparable” lo llaman. Se
quiere hacer ver que en Andalucía ya no hay latifundios, ni se celebran
romerías, ni se dan pregones, ni se sirven tapas. Que esto se ha sustituido por
pequeñas huertas ecológicas, por festivales multiétnicos, por coloquios
feministas y por gastrodiseñoculinario.
No es que lo primero sea mejor ni peor, es que es lo que mayoritariamente se
da.
En definitiva, flaco favor a una cultura
milenaria que -lejos de no querer compartirla con el resto de regiones, todo lo
contrario- debemos sentir como nuestra. Dijo Ortega y Gasset: “Andalucía,
que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha
pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la
que posee una cultura más radicalmente suya.” No digo que sea la hora de
ponernos con petulancias, pero sí de ponerle freno a este saqueo sistemático de
nuestra cultura. Personalmente, me irrita más que se venda al turista,
sombreros de ala ancha en Las Ramblas de Barcelona a tener que ver la
Inmaculada de Soult en el Prado. Lo primero, es un robo mucho más doloroso.
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