lunes, 17 de febrero de 2014

AL CÉSAR LO QUE ES DE ANDALUCÍA

PABLO FERNÁNDEZ



Si pasea por los alrededores del anfiteatro romano de Nîmes, hoy reconvertido en Plaza de Toros (Les Arenes), el visitante podrá observar en sus vistosas tiendas de suvenires una amplia gama de recuerdos típicos de esta localidad del Languedoc: trajes de flamenca, sombreros de ala ancha, castañuelas, carteles de la Feria de Abril e incluso el muy autóctono azulejo de la Virgen Macarena.

Al caminar por los alrededores del otro anfiteatro, uno se siente en pleno centro de Sevilla, de Córdoba o de Granada. Pero no se inquieten, no hay que irse hasta Francia para ver esto. En numerosas ciudades y pueblos de la geografía española, tan alejadas del sur en distancia física como en otras menos salvables, puede el foráneo encontrar todo este surtido de recuerdos típicos de la localidad y, por ende, de su cultura.
Con todo esto, me viene a la cabeza aquella frase de un ministro franquista cuando le preguntaban si iban a invertir y crear tejido industrial en Andalucía y contestó: “Andalucía no necesita industria, ya tiene sol y arte”.  Cuarenta y cinco años después es obvio que el sol lo seguimos conservando aunque no sea por merito propio, pero el arte…, el arte no. El arte, la cultura, la idiosincrasia, las costumbres, las tradiciones andaluzas…como lo quieran llamar, todo eso se ha exportado, se ha vendido, y a muy bajo precio.

La cuestión es, ¿qué se ha hecho desde los poderes públicos para preservar el legado cultural andaluz? Pues muy poco, se ha jugado a una doble carta que a estas alturas está muy gastada.

Ortega y Gasset, autor del desconocido ensayo "Teoría de Andalucía"

Por un lado, en nuestra comunidad se promociona la cultura y las tradiciones de esta tierra a niveles que dejan en pañales al mismísimo Noticiarios y Documentales (NO-DO). Sin embargo, no para fomentar su desarrollo, sino como pan y circo, como señal de que el cortijo sigue intacto. Pero agárrense, mientras, al exterior se vende que todo es progreso, y claro el progreso conlleva la ruptura con lo ancestral, lo tradicional queda relegado a lo innovador. “Andalucía imparable” lo llaman. Se quiere hacer ver que en Andalucía ya no hay latifundios, ni se celebran romerías, ni se dan pregones, ni se sirven tapas. Que esto se ha sustituido por pequeñas huertas ecológicas, por festivales multiétnicos, por coloquios feministas y por gastrodiseñoculinario. No es que lo primero sea mejor ni peor, es que es lo que mayoritariamente se da.

En definitiva, flaco favor a una cultura milenaria que -lejos de no querer compartirla con el resto de regiones, todo lo contrario- debemos sentir como nuestra. Dijo Ortega y Gasset: “Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya.” No digo que sea la hora de ponernos con petulancias, pero sí de ponerle freno a este saqueo sistemático de nuestra cultura. Personalmente, me irrita más que se venda al turista, sombreros de ala ancha en Las Ramblas de Barcelona a tener que ver la Inmaculada de Soult en el Prado. Lo primero, es un robo mucho más doloroso.

El folklore, esa palabra tan denostada en nuestros días, fue uno de los motores que contribuyó al desarrollo de la cultura andaluza, por consiguiente, a su sociedad. Apoyándonos en él y no dándole la espalda se puede sentar una base, aunque no la única, para la regeneración de un pueblo que esta ya cansado de ser el abuelo de esta nación, al cual se admira pero nadie echa cuenta… y que ni él mismo a veces se toma en serio. 

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