MARIANO PÉREZ DE AYALA
La esperanza es un valor en franca decadencia en Andalucía.
Día tras día vemos a una Comunidad que se ha sacado el carnet vitalicio para
asistir al espectáculo indecoroso que nos dan aquellos que copan los perennes y
mullidos sillones de las instituciones andaluzas. Y no solo ellos, si no que en
la otra acera aparece un nuevo figurante, de bajo perfil y trayectoria hinchada,
a corroborar la mediocridad de la escena andaluza.
A esta función asiste un público no demasiado incomodo y
contestatario, que parece preferir vivir en el sedentarismo, no sé si anclado
en el popular dicho del “más vale malo conocido…” o, aún peor, en la evasiva
coartada de que en esta tierra se vive muy bien entre rayos de sol, vinos y
viandas.
Es inevitable, en tan desalentador panorama, que nos surjan a
los sesos más inquietos dudas cuya respuesta se antoja harto difícil: ¿Es
Andalucía una sociedad fracasada? ¿Son nuestros dirigentes mero reflejo de
nuestra idiosincrasia? ¿Hay razones para pensar que esta tierra podrá salir
algún día de la apatía y el inmovilismo?
La decisión de abandonar un barco a la deriva no por dejar de
ser la opción más comprensible se despega de ciertos aromas pusilánimes. Hay
razones para pensar –me resisto a pensar en mi condición de regeracionista lo
contrario- que en Andalucía puede surgir un movimiento que levante a la
ciudadanía de su letargo.
Porque ya se hizo.
Este viernes se celebra la efeméride del 28 de Febrero de
1980. Hoy pocos recuerdan o quieren recordar todo lo que supuso llegar a aquel
referéndum por la autonomía andaluza y todo queda como la leve traza de un sueño distante. Pero
el 28F no es solo pan con aceite. Aquel día, un movimiento social, político y
cultural, que en años precedentes comenzó a
nadar contracorriente en el tortuoso camino de la autonomía, daba a un
pueblo andaluz ansioso de libertad y progreso la oportunidad de salir de la marginación que otros pretendían.
La ilusión de un hoy que es siempre todavía |
De aquellos memorables días poco queda ya. La sustancia del
28F ha quedado reducida a un puñado de manualidades en las escuelas y algunos
actos institucionales vacíos en los que a los políticos se les llena la boca de
agasajos a una tierra que ellos mismos denigran por rutina.
Pero un servidor, si me permiten la osadía, ve en aquella
época una terna de valores y principios que podemos asumir para la
coyuntura actual que, aunque algunos no vean equiparable a los sucesos de la
transición, es innegable que está adquiriendo tintes dramáticos afines y
–aunque sorteemos la evidencia- de cierta
naturaleza irreversible.
Algo que de entrada hoy resultaría una quimera imaginar es
esa conciencia de unidad. Políticos de
todos los colores y pueblo yendo de la mano en pro de un objetivo común, el de
sacudirse la dependencia de aquellos que querían prolongar la cultura
del eterno subsidio. Qué difícil, pero qué necesario sería una clase política
que recuperara la decencia del servicio público y el quehacer de un objetivo
común.
Igualmente, no debemos olvidar el espíritu regeneracionista que impregnaba la sociedad,
escoltado por una identificación con la cultura andaluza que jamás se respiró
anteriormente. No hablo de conciencia de pueblo o nación, Andalucía jamás la tuvo y no es necesaria, me
refiero a la identificación cultural en sentido amplio: una tensión intelectual,
un pensamiento filosófico social y económico con Andalucía como centro de
reflexión, una inquietud colectiva para que la sociedad avanzase.
Finalmente, el valor más importante de todos, -sobre el que
escribía mi compañero Jaime un brillante artículo-: la libertad. La libertad es un principio que se presume dado a las generaciones posteriores a
la transición, pero paradójicamente sospecho que nos encontramos en una
sociedad menos libre de pensamiento que la del 28F. ¿O es que acaso no estamos
más sujetos a las tendencias, al miedo al repudio, a la censura mediática que
nuestros coterráneos que clamaron libertad e independencia aquellos días? La
libertad es coherencia, la que llevo a Clavero a abandonar las filas de su
propio partido cuando pidió la abstención en el referéndum, ¿Qué político, en
este sistema clientelar, sería realmente libre hoy de contraponer una idea al
partido sin temer perder su confortable poltrona?
El 28 de Febrero es esperanza.
La tesitura en la que nos encontramos es inmejorable para rescatarlo. A pesar
de la mediocre clase política somos una generación más preparada que aquella y tenemos
una visión más universal de la sociedad. Andalucía reclama a gritos otro cambio,
la ilusión reside en nosotros y no en
los que se han encargado de vilipendiar la autonomía andaluza durante décadas.
No perdamos el verde de nuestra bandera. Ya lo dijo el
insigne poeta sevillano “Hoy es siempre
todavía”.
La bandera andaluza ondea, a pesar de todo |
Me parece una artículo estupendo que anima a no quedarnos impasibles y eso, más que nunca, hace falta, en la vida y en la política. Me gusta lo que escribes.
ResponderEliminarGema Rodríguez Prieto