viernes, 7 de febrero de 2014

LA PEDANTERÍA

DIEGO BERMÚDEZ


“Esta lluvia, tan de Borges, creo que facilita la escritura” – Gonzalo Gragera


Pedante es citar al fundador de este blog al inicio de tu artículo. Querer cambiar el mundo es de pedantes. Pero los pedantes son los que se mueven, se organizan y comparten inquietudes. Ser pedante es ser inquieto, es (querer) ser emprendedor, es encontrar a gente como tú y, en definitiva, es hacer cosas diferentes al resto.

Cuando uno quiere prosperar por sí mismo, o cuando uno quiere aprender de gente a los que considera un modelo o gente de la que considera se puede aprender mucho, ese ser es un pedante. La pedantería tiene nombre de cafetería con cócteles baratos: “Vámonos a La Pedantería”.

El pedante es el que quiere cambiar el mundo sin decirlo. O simplemente cambiar su circunstancia. Ortega era pedante. El pedante lo hace, o al menos lo intenta. No lo dice. Porque si lo dice ya no es pedante, es iluso.

Si uno acude al diccionario de la RAE encontrará una definición de la que todo el mundo entiende por pedante: “Dicho de una persona engreída y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad”. Pero se olvida de la segunda acepción, ya en desuso: “Maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas”.

Porque en la vida diaria se acusa de pedante al que lee, se inquieta y pretende crear inquietud. Es más fácil solucionar el país en el bar, o en un botellón, que ponerse manos a la obra. Porque el español –normalmente anti-pedante-  odia más que ama (Pérez-Reverte dixit). Y cuando digo país digo circunstancia personal. Véase las manifestaciones por el trabajo, como si éste cayese del cielo. Es más fácil criticar que motivar la crítica. Es más fácil destruir que construir.

No hay invento más español que Twitter. Aunque fuese fundado por americanos, estoy seguro que los antepasados de estos eran españoles. Porque no puede ser verdad que a través de una misma herramienta online el español pueda criticar desde su poltrona y que además nuestros amigos Los pedantes –ahora con nombre de comparsa- se conozcan según sus inquietudes y hasta lleguen a organizarse y conocerse personalmente.

El pedante se equivoca, porque el pedante lo intenta. Y cuando se equivoca surgen frases tipo: “Ves, te lo dije”. Porque lo más fácil y lo más cómodo es apuntarse a la primera corriente y zambullirse en ella, a ver si nos cae algo. Lo más fácil es levantarse por la mañana, abrir la ventana, ver por dónde tira el viento y seguir su curso. Porque la culpa de todo es de los políticos, esos seres que vienen de otros planetas a apoderarse de la riqueza –que por supuesto es fija y no se puede crear a partir de la genialidad humana-.

En definitiva, el pedante es un ser utópico. Con lo bien que se vive tranquilamente, sin meterse en jaleos. Yo cojo el paraguas y me voy al bar de la esquina, que ya luego arreen otros y solucionen los problemas del país. Que los solucionen los pedantes, claro. Yo mientras me quejaré de los políticos sin más.

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