PAULA HERRERO
Estaba empezando a redactar el epitafio que pondría en
la tumba del televisor que no preside el salón pero que sí tiene un hueco casi
inevitable en su interior, pensando en una frase irónica como Aquí
yace la tele-basura y una vez vivió la información, cuando observé que aquel trozo de plástico
inerte cobraba vida de repente en forma de periodismo. Aunque me cuesta
defender que Ana Pastor y Jordi Évole sean los ángeles de la resurrección, sí
que han sabido recuperar con sus diferentes estilos, la dignidad de una
profesión que comenzaba a quedarse huérfana: redacciones de medios raquíticas, profesionales
esquilmados, ruedas de prensa hechas a medida del interviniente con escuderos
de gabinete que por detrás del hombro controlan las notas que el periodista
toma, preguntones mudos, notas de prensa carentes de valor, y datos y
acusaciones cansinas que al peso cotizan igual, o retransmisiones 2.0 en forma
de veloz tuit que nada aportan.
Ahora que
recordamos la Transición
española y que los medios de comunicación parecen recuperar en esta vista atrás
lo mejor del periodismo (investigación, fuentes, documentación, testimonios,
etc.), parece también pertinente recordar cómo fuimos para intentar mejorar nuestras
circunstancias hoy. La apertura de aquellos años a nuevas formas de
organización social y política se
trasladó de igual manera a la información y a la publicidad. La proliferación
de cabeceras en España fue un síntoma además de la existencia de una ciudadanía
ávida de conocer y profundamente lectora. Como expone Manuel Ruiz Romero en La
Ilustración Regional (1974-1976) “había una ansiedad informativa” y una
competencia fundada en aportar más fuentes, mejores contrastes, e incluso un
diseño más atractivo de las publicaciones, donde la informática y la fotografía
empezaban a ser un elemento de distinción y progreso. Paralelamente, en
Andalucía surgían también títulos regionalistas, aunque siempre con cierto
retraso con respecto a la aparición de los estatales. Siendo presidente Adolfo Suárez,
aún se mantienen ediciones heredadas del franquismo; unas serán absorbidas y
otras disueltas y nacerán otras nuevas eminentemente locales y autonomistas, muchas
de ellas ligadas no solo a proyectos empresariales sino a partidos políticos. Esta
retrospectiva superficial nos viene a refrescar que no hemos cambiado tanto; bueno,
los números sí que nos dicen que en los quioscos de prensa se compra/se lee menos.
Aunque mermada la oferta y quizás la demanda impresa, que no la pluralidad, por
el cierre de periódicos, revistas, emisoras de radio y canales de televisión, y
la caída del consumo, nuestro mal endémico no es la escasez sino la falta de
respeto a una profesión que se ha prostituido al son de la inmediatez y los
ingresos. Porque como vemos, la ideología siempre ha estado ligada al
periodismo y si no, observen las tertulias de cantina que copan las escaletas
de la programación nacional donde deberían pasar a multar por exceso de decibelios
y falta de respeto, y compruébenlo. En esas mismas tertulias donde no cabe el
localismo salvo para denunciar sus vergüenzas. Lo que falta es independencia,
valor y altura de miras.
Entretanto, los medios autonómicos que fueron una buena idea, no
así su sobre-dimensión cuasi clúster o multinacional bajo el imperativo del
gobierno de turno y sin controles de acceso, con el tiempo se ha demostrado
desgraciadamente, que no hay publicidad que los sustente. De la calidad de la
información, mejor no hablamos porque cuando ha habido que recortar gastos, se
ha degollado al periodismo en favor de una programación que a veces roza la
ordinariez y que de vocación de servicio, no tiene nada.
En un mes se cumplirán 14 años desde que el Instituto Internacional de Prensa (IPI)
eligiera con motivo del 50 aniversario de su fundación, a 50 “Héroes de la Libertad de Prensa” en el
mundo. Tenemos la suerte de que entre ellos estuviera un español, el único, el
primer presidente del Senado de nuestra democracia, Antonio Fontán, quien fue entonces distinguido
por su labor al frente del diario Madrid entre los años 1967 y 1971, donde
primaba el compromiso de una prensa libre, plural y de calidad. De momento
parece que al menos el compromiso se va retomando en las conciencias de los
empresarios y directores de medios, y contamos en Andalucía con nuevas
iniciativas periodísticas que nos hacen recobrar la fe y la ilusión, como: Sevilla Report, 8 Andalucía o Huelva Buenas Noticias que entre
otros, han vuelto a despertar la curiosidad de una ciudadanía adormecida en un
consumo viciado de información low cost “desprofesionalizada”.
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