CARLOS AFÁN
Intentaré abordar el problema del laicismo en España sin entrar a
valorar el porqué una Ministra de Trabajo se encomienda a la Virgen del
Rocío para crear empleo o el porqué un Ministro de Interior concede la más alta
condecoración policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor y no a los Cuerpos
y Fuerzas de Seguridad del Estado que se parten la cara día tras día para
proteger a los que acudimos pacíficamente a las manifestaciones.
La pasada Semana Santa me ha dejado instantáneas de
muchos cargos públicos que difícilmente voy a poder olvidar, entre ellas las
innumerables fotos de Juan Ignacio Zoido, alcalde de la ciudad de Sevilla, en su perfil de Twitter; nadie diría
que es alcalde en un estado aconfesional como así se promulga en la
Constitución.
Porque todos sabemos que aunque esta característica de
nuestro Estado no se cite de manera explícita, como bien sabrá el regidor
sevillano, como buen juez en excedencia que es, la jurisprudencia ha destacado
que aquel ‘Ninguna confesión tendrá carácter estatal’, que reza el artículo 16
de nuestra Carta Magna hace referencia a un espíritu de estado laico que no
termina de llegar, dada la omnipresencia del catolicismo en todo tipo de actos
institucionales que no hacen sino convertir de facto a la religión católica en
religión oficial del Estado.
No nos terminaremos de creer las bondades de un estado
laico hasta que no eliminemos la eucaristía en los funerales de Estado o hasta
que no se suprima la figura del Arzobispado Castrense del ejército español. Y qué
decir de los episodios que rozan el esperpento a la hora de jurar el cargo de
turno, si ya hay quien jura sobre la Constitución para después hacer lo que
quiera con ella, no quiero ni pensar qué harán cuando juran también sobre la
Biblia o ante el crucifijo.
Cuando critico que un cargo municipal acuda a una
procesión, no estoy criticando el hecho de que lo haga per se, sino que lo haga desde su cargo público. Porque cuando uno
sale elegido, lo hace para representar a la ciudadanía, y no a parte de esta.
De igual
modo considero que la presencia de la Guardia Civil en las procesiones, lejos
de estar encaminada a asegurar el mantenimiento del orden público en un acto
con asistencia masiva de personas, está más relacionado con el hecho de realzar
la solemnidad de un acto religioso de la confesión católica, tal y como lo
considera la STC 101/20041, y es un hecho que no debe de permitirse
si no es para cumplir la primera de las funciones.
Parece que aún no hemos terminado de entender
que el laicismo no es más que la base para una convivencia respetuosa entre
todas las creencias que se profesan en el Estado. Una ley de mínimos, por así
decirlo. Ser laico es mucho más que creer o no en Dios, no
significa ser ateo y ni mucho menos anticlerical; ser laico responde a gozar de
una sana independencia sobre cualquier poder religioso, para poder garantizar
la libertas conscientiam excluyendo de esta forma valores morales que impiden a todas luces el
ejercicio de una democracia bien entendida.
Para todo ello, qué duda cabe, es
necesario revisar los acuerdos que España sigue manteniendo con la Santa Sede,
y si es necesario suprimirlos, pero no por puro electoralismo o política
visceral de trinchera, sino como un auténtico gesto hacia una madurez
democrática. En este tema, el Partido ha dejado mucho que desear; comprensible
es que por haber gobernado en un periodo tan próximo a los pactos necesarios
que se hicieron durante la Transición, Felipe González considerara poco
oportuno hacerlo, pero era un deber para un joven José Luis Rodríguez Zapatero
llevar a cabo esta separación, y no dejar el proyecto en un cajón de la
Moncloa.
Tampoco es un tema que parezca preocupar
especialmente a la Presidenta de la Junta de Andalucía, la socialista de toda
la vida Susana Díaz, la cual no tuvo ningún reparo en asistir a actos
religiosos como el del Cristo de la Buena Muerte de la Legión o el de Jesús El
Cautivo de Málaga. Me da igual lo amiga que sea de Antonio Banderas o María Teresa Campos, es irrelevante, si quiere asistir a ese
tipo de actos que lo haga en calidad de andaluza de a pie, y no de Presidenta
de Comunidad.
Sólo una frontera nos separa de Francia, Estado laico
por excelencia, del que mucho debemos aprender en este aspecto. Y es que hace
ya más de un siglo, en 1905, se establecía la Ley francesa de separación de la
Iglesia y el Estado, la cual reconocía la neutralidad del Estado o la libertad
en el servicio religioso. Desde que se estableciera en la Tercera República por
el Bloc de Gauches de Emile Combes,
son muchos los gobiernos conservadores que han logrado alzarse con la
presidencia y ninguno de ellos ha logrado enmendar un ápice de la ley, y todo
ello porque no se concibe que se toque un principio tan elemental como es el
carácter laico de su Estado. ¿Se imaginan esta situación en un país como
España, donde todo Gobierno que se precie tiene que hacer su propia Ley de
Educación y abolir la del contrario?
De nada de esta problemática tiene culpa la Iglesia, es lícito que ellos mismos
entiendan, tal y como ya dejó claro Jorge Bergoglio
en una homilía2 en 2010: “Al hacer como si Jesucristo no existiera, al relegarlo
a la sacristía y no querer que se meta en la vida pública, negamos aquellas
cosas buenas que el cristianismo aportó a nuestra cultura”.
Con esto quiero decir que la pretensión de la Iglesia a estar siempre
presente en nuestra sociedad va a ser una pretensión legítima y del todo
lógica, pero que no debe ser permitida por los representantes políticos y
legisladores de un estado democrático.
“Nadie será molestado en razón de sus opiniones,
aun las religiosas, en tanto que tales manifestaciones no interfieran con la
Ley y el Orden establecidos.”
Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano
Referencias:
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