MARIANO PÉREZ DE AYALA
Hoy escribo desde el corazón.
No me salen las palabras más que de mis entretelas,
así que discúlpenme, porque ya saben que éste órgano no atiende a razones, no
aspira a la lógica, no se imbuye de formalismos, es ajeno a injerencias y no puede, no debe, ser objetivo.
De la simpleza del título se deduce que
un ingenuo imberbe como yo solo tenga palabras de agradecimiento para Don
Adolfo Suárez González. En ese terreno tan personal e intransferible que son
los referentes, él siempre será ese trazo de esperanza que a veces necesito
cuando la pesadumbre de mirar a los de arriba me invade. Porque yo soy de los
de Abbey Road, de Billy Wilder y de Suárez. Yo he desayunado las obras de
Victoria Prego, he merendado documentales de la Transición y he cenado sus
discursos. No me imagino ciertos momentos de mi vida, inquietudes que surgieron
o decisiones que tomé, sin tener en cuenta su figura y magna obra.
Ya dije que mis palabras no se
disfrazarán hoy de nada. Suárez es
política. La política en la que yo
creo. La política noble de la valentía, de la concordia, del trabajo y del
sacrificio. La política de darle voz a
la gente, de elevar el clamor de la calle a la categoría de normal, transfiriendo
el poder del Estado al pueblo. La política de mantenerse inquebrantable
ante la metralleta. La política difícil, la que no entiende de cómodas
poltronas sino de la generosidad de la entrega a una sociedad que ansiaba la
libertad.
Adolfo Suárez, avenida de la Constitución (Sevilla) que él nos encomendó |
Fíjense que en esta España de trincheras
pocas figuras en su ocaso han generado tal avenencia de opiniones. Fuera de
ideologías cegadoras o de ánimos resentidos la sociedad española -esa que se
amontona hoy en las puertas del Congreso para despedirse- es unánime, Suárez fue el mayor artífice de que fuera
la voluntad del pueblo sin coacciones la que decidiera los designios del país,
nadie lo discute hoy. Y no solo eso, sino que lo hizo combatiendo con la espada de la concordia contra todo lo
imaginable; contra una sociedad en principio reticente a que alguien del
propio aparato encarnara el cambio; contra un búnker aún pujante que se rasgaba
las vestiduras al ver que cometía la mayor traición posible; contra un ejército
que en cada doloroso funeral de la barbarie etarra le recordaba su deslealtad
con los dardos más lacerantes en forma de insultos e improperios; contra su
propio partido al que nunca fue capaz de importar ese liderazgo que si ejercía
en la calle y finalmente, contra una oposición que aunque ahora se vanaglorie de
haber sumado siempre, se ancló de primeras en una ruptura imposible con el
pasado, para posteriormente, una vez cedida a la razón, orquestar la mayor
campaña de acoso y derribo contra un presidente en la democracia, pero en fin,
como dice nuestro compañero Jaime Fernández-Mijares, no es tiempo de dedicar ni una línea aquellos mezquinos que hoy regalan
glosas a aquel que en su día vilipendiaron.
Suárez no necesitó ser un gran
intelectual o un ávido lector, simplemente entendió
lo que España precisaba y que su vocación de hombre de Estado y de servicio a
los demás por encima de todo era la herramienta imprescindible para la
transformación. Siempre nos miró a los ojos, nos habló cara a cara cuando
nadie lo había hecho antes, nos dijo que era difícil, pero posible si
caminábamos juntos. No gobernó para unos pocos, no gobernó para sí, no gobernó bajo el dictado del voto o de la
confortabilidad de un sillón, quiso ser el Presidente de la dignidad del
trabajo bien hecho.
No seré yo quien niegue los desaciertos en
los que incurrió y quién rechace que aún pagamos un alto precio por los errores
que en aquel periodo se cometieron, mas un hombre que supo asumir el
momento en el cual su permanencia en la jefatura podía resultar un riesgo para el país
que tanto amaba y por el que se había desvivido en cuerpo y alma, es un antídoto absoluto contra la
mediocridad que hoy rodea a la clase política. Porque la política es muy
ingrata –Churchill perdió las elecciones tras ganar la II Guerra Mundial- pero la memoria no, los recuerdos que le fueron
arrebatados por la enfermedad, descansan hoy en las generaciones que entendemos
que la libertad es un gran regalo que nos ha sido dado gracias en gran parte a
todo su esfuerzo.
Es ahora, cuando la democracia que nos
dejó está herida, -pero no de muerte-, cuando debemos tener presente su gran
legado, -su ejemplo de vida-, y rendirle
el mejor tributo posible es tratar con mimo y cada día todas las grandes cosas
por las que trabajó y que hoy le debemos.
¡Cuádrese, está usted hablando con su presidente!
A Adolfo Suárez González y a todos los enfermos de alzhéimer y sus
familias.
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