No soy mucho de hablar
sobre cortinas de humo, pero aquí tienen sus mercedes una historia sobre la
mayor y mejor cortina de humo que vivimos estos días.
El día pintaba soleado,
pero se levantó con brumas. Allí estaba, en aquel banco de Brooklyn mirando a
Manhattan, a ese mastodonte de hormigón y cristal cuyas obras dirigió Le
Corbusier. Y allí vino a sentarse aquel hombre, apartando elegantemente mi raída
chistera para hacerse sitio; sin pedir permiso, pues no es que necesite permiso
este maestro.
–Vituperada está, pero
ahí sigue más de medio siglo después, los que la defendemos, aún creemos en la
Libertad y en un mundo mejor asentado sobre los Derechos Humanos –me dijo
mientras sonreía-.
El profesor es alguien
normal. Y decide, este puente de la Inmaculada, amenizar –aún mas- mi estancia
en New York. Quiere contarme una historia, una historia de besugos ineptos, los
cuales, unos tienen razón y no saben el porqué y otros no tienen razón y saben
por qué. Virtud de la ignorancia para los primeros y virtud de la
irresponsabilidad para los últimos. Mirando a aquel edificio de la primera
avenida entre la 42 y la 48, me vienen aquellos días en que recibía sus lecciones
y decidía desnudar el mundo, desgajarlo, y construir un mundo mejor a base de
derechos civiles que hicieran entender mejor por qué triunfa el mal cuando los
hombres buenos no hacen algo. Así el profesor, sentado a mi lado y mirando a
Manhattan comenzó a relatar.
Esa historia comienza
con un presidente cuya cortina de humo es destripar la parte de un país,
contraviniendo así el artículo
1.2
de una determinada Constitución, pues deja claro tal artículo que de la propia
soberanía nacional emanan los poderes del Estado, no de la propia soberanía de
su “nación milenaria” -Rahola dixit-, para distraer de asuntos más importantes
como la preocupante incapacidad de ese presidente y adláteres para administrar
y gobernar uno de los territorios más ricos de ese país. Este presidente se
escuda en el Derecho de Autodeterminación de los pueblos. Y puede hacerlo,
pero…
Ese derecho de
autodeterminación quedó bien delimitado y desarrollado en las resoluciones 1514
(XV), 1541 (XV) y
2625 (XXV) de Naciones
Unidas .Queda claro entonces que este territorio no es un
territorio colonial, que esa Comunidad Autónoma no es un territorio sujeto a
dominación colonial, y por tanto, no tiene derecho a esa autodeterminación ni
escudándose en una hipotética transferencia de competencias de un derecho a
referéndum que, queda claro, pertenece a aquél Estado del que ese President
pretende destripar el territorio que gobierna, pues los artículos 148
y 149 de la Constitución no dejan lugar a equívocos sobre
cuáles son las competencias que una Comunidad Autónoma puede ejercer y cuáles
son las del Estado, teniendo el
Referéndum que ser convocado por el jefe del Estado
(Artículo 62 c de la Constitución de 1978), y no es que sea jefe de Estado este
presidente de región.
Teniendo este relato
con tintes de intriga palaciega propia
de las novelas de un territorio hipotético imaginado y bien descrito por
Dickens –por ejemplo- podemos echar agua para diluir el hielo que cualquier
político tenga como argumento. Queda claro que un Presidente de Comunidad
Autónoma no puede decidir él mismo cuándo quiere que sus ciudadanos voten sobre
la soberanía de un Estado o cuándo convocar
referéndum cuando no es competente para ello, y todavía más
novelesco y a la par ridículo, pretender escudarse en un “derecho a decidir”
-derecho a autodeterminación de los pueblos, entiendo y entiende cualquier
jurista-.
Lo mejor de esta
historia es la inspiración de ese supuesto sentimiento nacionalista. Un
nacionalismo remontado al primer cuarto del siglo XVIII, cuando aquel
territorio apoyaba como pretendiente, al trono de Yoknapatawpha, al archiduque
Carlos de Austria teniendo por contendiente a Felipe D´Anjou, y con un general
catalán que mandaba un ejército al grito de “¡estáis luchando por vosotros y
por toda la nación de Yoknapatawpha!”. Felipe D´Anjou anula los fueros
catalanes, lo cual sirve a los “nacionalistas” catalanes como excusa para encontrar
fundamento a su plantemaniento -que pueden curar de una forma que yo encuentro
como la más placentera: viajar -.
Así es la historia. Así
es como NO se la contarán los políticos, tanto los nacionalistas como aquellos
que no ostentan tal distinción. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque los
políticos, frente a sus mercedes, solo tiran del argumento que les redactan y de
las noticias en prensa que les mandan a leer. Empaparse de Ley, Lex, LAW… ¿para
qué? ¿Para qué hacer mas fuertes sus argumentos y acabar con el aire mesiánico
de un presidente de Comunidad Autónoma a base de hacer pedagogía con él,
explicándole por qué no tiene sentido su deriva?
El problema catalán no
es un problema de identidad. El problema catalán no es un problema catalán, el
problema catalán es el problema de sus políticos. Auténticos ignorantes
conscientes del Derecho Internacional Público y de la Constitución Española. El problema de los
políticos en general… Personas –algunos- a las que parece dar vergüenza
utilizar los puros argumentos jurídicos frente a mezquinas falacias políticas.
Como ciudadanos, tenemos la ley, tenemos el argumento puro y transparente como
el agua que hace que el hielo –argumentos falaces políticos- se vayan para no
volver.
Aquí acabó la historia,
el profesor se había esfumado, dejando mi raída chistera en el mismo lugar en
donde estaba antes de su visita. Y allí sigo sentado, mirando a Manhattan,
escribiendo para vosotros.
A
don Juan Antonio Carrillo Salcedo. Quien nos enseñó a amar el Derecho
Internacional Público y nos llevó de la mano por los callejones de su autoridad
y de su sabiduría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario