lunes, 21 de abril de 2014

SOBRE LAICISMO Y OTRAS MENTIRAS



CARLOS AFÁN


Intentaré abordar el problema del laicismo en España sin entrar a valorar el porqué una Ministra de Trabajo se encomienda a la Virgen del Rocío para crear empleo o el porqué un Ministro de Interior concede la más alta condecoración policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor y no a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que se parten la cara día tras día para proteger a los que acudimos pacíficamente a las manifestaciones.


La pasada Semana Santa me ha dejado instantáneas de muchos cargos públicos que difícilmente voy a poder olvidar, entre ellas las innumerables fotos de Juan Ignacio Zoido, alcalde de la ciudad de Sevilla, en su perfil de Twitter; nadie diría que es alcalde en un estado aconfesional como así se promulga en la Constitución.

Porque todos sabemos que aunque esta característica de nuestro Estado no se cite de manera explícita, como bien sabrá el regidor sevillano, como buen juez en excedencia que es, la jurisprudencia ha destacado que aquel ‘Ninguna confesión tendrá carácter estatal’, que reza el artículo 16 de nuestra Carta Magna hace referencia a un espíritu de estado laico que no termina de llegar, dada la omnipresencia del catolicismo en todo tipo de actos institucionales que no hacen sino convertir de facto a la religión católica en religión oficial del Estado.

No nos terminaremos de creer las bondades de un estado laico hasta que no eliminemos la eucaristía en los funerales de Estado o hasta que no se suprima la figura del Arzobispado Castrense del ejército español. Y qué decir de los episodios que rozan el esperpento a la hora de jurar el cargo de turno, si ya hay quien jura sobre la Constitución para después hacer lo que quiera con ella, no quiero ni pensar qué harán cuando juran también sobre la Biblia o ante el crucifijo.



Cuando critico que un cargo municipal acuda a una procesión, no estoy criticando el hecho de que lo haga per se, sino que lo haga desde su cargo público. Porque cuando uno sale elegido, lo hace para representar a la ciudadanía, y no a parte de esta.

De igual modo considero que la presencia de la Guardia Civil en las procesiones, lejos de estar encaminada a asegurar el mantenimiento del orden público en un acto con asistencia masiva de personas, está más relacionado con el hecho de realzar la solemnidad de un acto religioso de la confesión católica, tal y como lo considera la STC 101/20041, y es un hecho que no debe de permitirse si no es para cumplir la primera de las funciones.

Parece que aún no hemos terminado de entender que el laicismo no es más que la base para una convivencia respetuosa entre todas las creencias que se profesan en el Estado. Una ley de mínimos, por así decirlo. Ser laico es mucho más que creer o no en Dios, no significa ser ateo y ni mucho menos anticlerical; ser laico responde a gozar de una sana independencia sobre cualquier poder religioso, para poder garantizar la libertas conscientiam excluyendo de esta forma valores morales que impiden a todas luces el ejercicio de una democracia bien entendida.

Para todo ello, qué duda cabe, es necesario revisar los acuerdos que España sigue manteniendo con la Santa Sede, y si es necesario suprimirlos, pero no por puro electoralismo o política visceral de trinchera, sino como un auténtico gesto hacia una madurez democrática. En este tema, el Partido ha dejado mucho que desear; comprensible es que por haber gobernado en un periodo tan próximo a los pactos necesarios que se hicieron durante la Transición, Felipe González considerara poco oportuno hacerlo, pero era un deber para un joven José Luis Rodríguez Zapatero llevar a cabo esta separación, y no dejar el proyecto en un cajón de la Moncloa.

Tampoco es un tema que parezca preocupar especialmente a la Presidenta de la Junta de Andalucía, la socialista de toda la vida Susana Díaz, la cual no tuvo ningún reparo en asistir a actos religiosos como el del Cristo de la Buena Muerte de la Legión o el de Jesús El Cautivo de Málaga. Me da igual lo amiga que sea de Antonio Banderas o María Teresa Campos, es irrelevante, si quiere asistir a ese tipo de actos que lo haga en calidad de andaluza de a pie, y no de Presidenta de Comunidad.



Sólo una frontera nos separa de Francia, Estado laico por excelencia, del que mucho debemos aprender en este aspecto. Y es que hace ya más de un siglo, en 1905, se establecía la Ley francesa de separación de la Iglesia y el Estado, la cual reconocía la neutralidad del Estado o la libertad en el servicio religioso. Desde que se estableciera en la Tercera República por el Bloc de Gauches de Emile Combes, son muchos los gobiernos conservadores que han logrado alzarse con la presidencia y ninguno de ellos ha logrado enmendar un ápice de la ley, y todo ello porque no se concibe que se toque un principio tan elemental como es el carácter laico de su Estado. ¿Se imaginan esta situación en un país como España, donde todo Gobierno que se precie tiene que hacer su propia Ley de Educación y abolir la del contrario?


De nada de esta problemática tiene culpa la Iglesia, es lícito que ellos mismos entiendan, tal y como ya dejó claro Jorge Bergoglio en una homilía2 en 2010: “Al hacer como si Jesucristo no existiera, al relegarlo a la sacristía y no querer que se meta en la vida pública, negamos aquellas cosas buenas que el cristianismo aportó a nuestra cultura”.


Con esto quiero decir que la pretensión de la Iglesia a estar siempre presente en nuestra sociedad va a ser una pretensión legítima y del todo lógica, pero que no debe ser permitida por los representantes políticos y legisladores de un estado democrático.

“Nadie será molestado en razón de sus opiniones, aun las religiosas, en tanto que tales manifestaciones no interfieran con la Ley y el Orden establecidos.”
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano

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